Se confirmó. Era algo ya sabido, pero esta mañana se confirmó. Eric Abidal se marcha del Barça. No porque él quiera irse sino porque , dicen, ya no hace falta en el equipo. “Es una decisión deportiva”, dice Zubizarreta, y los que de esto no entendemos, nos quedamos tristes, no sorprendidos porque la noticia no podía sorprendernos, pero sí muy tristes.
Dicen los que entienden que Abidal ya no estaba para jugar 90 minutos, semana tras semana, al ritmo que se necesita en este equipo. Y probablemente tengan razón. Tal vez los que entienden, encabezados por el entrenador (¿tu quoque, Tito?), para poder vivir de esto, para poder tomar las decisiones de forma totalmente imparcial, tienen que ser como el protagonista de un cuento que leí de niño, que no sufría porque una bruja le había arrancado el corazón.
Hoy el cuerpo me pide rebelarme contra la decisión de esta junta directiva, me pide preguntarme(¿preguntarles?) si Abidal no podía ser ese jugador 25 que en momentos puntuales disputa unos minutos en partidos fáciles, o que juega la copa del Rey, aunque ya no esté en las mejores condiciones. El jugador querido por todos que hace piña en el vestuario, el veterano al que consultan los jóvenes cuando se sienten asustados, perdidos en medio de las estrellas.
Mi mejor amigo me dice que el Barça se ha portado bien con Eric, que le ha ofrecido quedarse como una especie de embajador por el mundo, con un cargo entre simbólico y práctico, y lo miro, muevo la cabeza afirmativamente y me quedo casi convencido, pero mi corazón me sigue diciendo que Abidal merecía seguir un año más. No sé con qué ficha, pero seguro que hubieran llegado a un acuerdo.
Dice mi amigo que un club es como una empresa y que la decisión tomada es la correcta, y le contesto que Eric Abidal podía haber sido un símbolo de cara al exterior, un monumento a la superación, que en cada carrera, que en cada entrevista, que en cada visita a un hospital, hubiera vendido la marca “Barça”, que hubiera sido importante en ese vestuario, que hubiera podido aconsejar a los jóvenes que se lesionaran o enfermaran con su ejemplo. Y que ahora llevará otra camiseta en esas carreras y en esas entrevistas.
Mi amigo insiste en que bastante bien se ha portado el club, y que ninguna empresa haría algo diferente, y vuelvo a afirmar en silencio, pero al levantar la cabeza me apetece contestarle que por algo somos “mès que un club”, que se pueden tener 25 fichas y que nunca gastamos más de 22, y que la publicidad, la defensa de esos valores, el precioso gesto de su renovación hubiera atraído a mucha gente a este club, al que tanto queremos. Que muchos niños que sufren su misma enfermedad lo hubieran tenido como héroe, que a muchos les hubieran comprado su camiseta en su cumpleaños.
Pero mi amigo sabe más que yo de futbol, y de empresas, y de inversiones.
Y aquello de “el corazón tiene razones que la razón no entiende”, para él no es más que una tontería, y que hay que pensar con la cabeza, y cuando le digo que no siempre la cabeza es la que está en lo cierto, se ríe y me dice que soy un sentimental. Que no somos una ONG, que en estos tiempos hay que ser pragmático.
Y pienso que en un club que mueve 500 millones, la ficha de Abidal hubiera sido la que más a gusto hubieran pagado algunos.
Y que seguramente tendrán razón Zubi y Rossell,pero yo me sigo rebelando, como el niño que llevo dentro patalea de rabia ante lo injusto.
Y recuerdo las carreras de Abi por la banda, y su gol al Real Madrid, y aquella Champions que levantó(grande Puyol, muy grande), y su gesto con aquel niño anónimo. Y mi razón me dice que posiblemente la decisión sea la más correcta desde un punto de vista deportivo y económico, que es una decisión empresarial, que esta vez han acertado.
Pero mi corazón, que nunca fue muy listo, dice que no lo entiende. Y se empeña, absurda sinrazón , en que no es justo.
Y simplemente grita, anónimamente.
#MerciAbidal