Las comparaciones son odiosas en sí mismas.
Cuando nos
comparan por elevación con alguien que nos supera en algo, o en todo como en
este caso, no solo alaban al otro, sino que nos humillan de forma indirecta.
Aquellos días de la infancia cuando tras sacar un 9 en
Lengua nos decían: muy bien, aunque Armando ha sacado un 10, nos arrebataban de
cuajo la sonrisa y la tornaban en
frustración.
Pero en el caso de Valverde, la comparación la hace él
mismo, y es él quien habría de responder si le afectara.
El George Clooney al que se refiere es aquel equipo de
Guardiola, el del 2-6 en el Bernabeu, el del sextete, el mejor de Europa
durante aquel tiempo, y evidentemente, ni Valverde ni nadie puede someterse a
la comparativa sin perder, de forma abrumadora.
El problema de Valverde es que nadie le compara con George
Clooney, ni le pide que venda las cafeteras de Nespresso, su problema es que lo
estamos comparando con el feo de las películas, con el gordo de una serie de
risa, y aún así no pasa del empate
Porque Valverde no puede ser George Clooney, es decir
Guardiola, porque no tiene ni su capacidad ni a aquellos jugadores, el problema
de Valverde es que es como el hermano tonto del rey Midas, que todo lo que tocaba
lo convertía en quincalla,y da la sensación de que aunque heredara la cueva de Ali Babá, acabaría vendiendo las
joyas en el mercadillo de Sant Antoni.
Valverde ha destrozado a Coutinho, no sabe qué hacer con
Griezzman, y acaba de meter a De Jong en una encrucijada poniéndole a su lado
dos escuderos adelantados que ni lo entienden ni son capaces de devolverle una
pelota en condiciones.
Valverde es la tristeza vestida con chándal, es el
aburrimiento hecho entrenador, es la incapacidad en un banquillo y sus
decisiones sobre la marcha empeoran las hechas anteriormente tras un profundo
estudio.